
Con el recuerdo de Guerrilla todavía vivo, es un buen momento para hablar de una miniserie estrenada el año pasado con la comparte ciertas similitudes. The Secret Agent, adaptación homónima de la novela de Joseph Conrad, también transcurre en Londres, y trata sobre esos mismos grupúsculos radicales antisistema y la guerra sucia policial contra el terrorismo. Sobre una misma base temática, sin embargo, nacen dos productos distintos, casi contrapuestos.
En este relato el enemigo es el anarquismo, y su protagonista, el señor Verloc, un agente infiltrado a sueldo de la embajada rusa. La acción transcurre durante el último tercio del siglo XIX, pero la labor desestabilizadora de su protagonista resuena con fuerza en nuestra conciencia moderna: Anton Verloc (Adolf en el original de Conrad) se dedica a provocar a los verdaderos anarquistas para que ataquen al sistema y así generar la excusa necesaria para que el gobierno inglés, penosamente tolerante, endurezca la persecución contra ellos y sus ideas.
Es complicado hablar de una serie de este tipo sin hacer referencia al texto que adapta. The Secret Agent fue uno de los primeros ejercicios literarios sobre el mundo de los espías, y cuenta con algunas reflexiones de calado atemporal que bien podrían aparecer en cualquier periódico actual. También es una gran tragedia clásica, un drama familiar y un estudio sobre la miseria humana empapado de sutileza, ironía e incluso absurdo. Pero cuando le quitas todo eso y dejas la trama desnuda, cuando la adaptas para un medio tan directo como puede ser la televisión, ¿qué te queda? Una historia sencilla, unos personajes raros y un mundo, el de los agentes secretos del XIX, demasiado ingenuo para nuestra sensibilidad. ¿Cómo va un espía a verse con sus superiores a plena luz del día, en la propia embajada? ¿Cómo es posible que todo Londres sepa de sus actividades excepto el grupo al que investiga? Y qué decir de ese puñado de anarquistas con los que convive Verloc, el tal Michaelis, descabellado apóstol de la libertad condicional, o El Profesor, un fulano que va por ahí con una bomba en la chaqueta y que se cree intocable porque si la policía intentara atraparlo la haría explotar.
Tampoco ayudan los escasos medios y las obvias limitaciones presupuestarias. Cierto acartonamiento y algunas interpretaciones dudosas se mezclan con un guión que casi siempre que quiere alejarse de Conrad fracasa estrepitosamente. The Secret Agent es una curiosidad dedicada a los lectores de la novela original que, para alguien ajeno a ella, puede resultar extraña, poco atractiva y francamente innecesaria.
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