Hirokazu Kore-Eda, seguramente uno de los autores más conocidos en occidente del cine de arte y ensayo japonés contemporáneo, director de las recientes “Después de la Tormenta” o “Nuestra pequeña hermana” , nos sorprendía hace unos años, en concreto en 2012, anunciando que iba a realizar un jdrama (serie japonesa) de diez episodios para la cadena NHK, “Going my home”.
Aunque el director se había iniciado en el mundo audiovisual precisamente rodando documentales para la pequeña pantalla, esta era la primera vez que podíamos ver el imaginario de Kore-Eda aplicado en ficción televisiva; cualquier duda de si el estilo y las historias a las que el director nos tiene acostumbrados funcionarían en este formato, quedan disipadas en los primeros minutos del excelente primer episodio: “Going my home” es una de las mejores series de televisión que he visto, y no me refiero a japonesas, sino mundialmente.
El publicista Ryota Tsuboi recibe la noticia de que su padre, con el que no tiene mucho contacto, ha sufrido un ataque que le ha dejado en coma. Se dirige entonces hasta el hospital de Nagano donde este se encuentra, junto a su madre y su hermana menor.
Pero en el hospital aparecerá una joven mujer desconocida visitando también al anciano, con lo que Ryota y el resto de la familia comienza a sospechar si se trata de alguna hija secreta de los muchos escarceos de su padre, o su propia amante.
Hirokazu Kore-Eda ha dirigido una serie que podría ser casi una continuación sentimental de su film “Still Walking”, llena de maravillosos momentos costumbristas en una historia repleta de un fondo sentimental y humanístico. Con un tono menos grave que el de la película, y muchos momentos divertidos, “Going my home” deja al terminar cada capítulo una especie de paz interior, una cierta esperanza de que en este mundo que se nos viene abajo cada día, hay sitio para las buenas intenciones.
La serie trata por un lado los problemas de una familia que a pesar de haber sufrido un cierto desarraigo, se reúne en un momento de preocupación cuando el cabeza de familia entra en coma; según avanzan los episodios sin embargo, el objetivo se amplía, y Kore-Eda, al más puro estilo Miyazaki (y no solo lo digo por ese toque fantástico que tiene la serie, y del que prefiero no hablar para que lo descubráis por vosotros mismos), lleva la acción hasta un pueblo pequeñito en el que la naturaleza y el contraste con el caótico estilo de vivir la vida de la ciudad, toman protagonismo.
Visto desde el otro bando, esta es una serie en la que pasan pocas cosas: hay largas escenas de diálogo familiar, a primera vista inocuo pero totalmente adictivo (nos tiraríamos horas escuchando discutir a los personajes), que nos explican tanto la personalidad de los diferentes personajes como los diferentes modos de ver la vida de ellos.
Ryota, interpretado por un enorme Hiroshi Abe (Trick, Thermae Romae), un habitual del cine de Kore-Eda, es un personaje cínico, un tanto ofuscado por su trabajo, tanto por el reconocimiento general como por lo vacío del mismo. Tampoco le ayuda el complejo profesional que tiene ante su esposa, Sae (con una estupendamente recuperada Tomoko Yamaguchi) (Long Vacation)), una conocida cocinera mediática, que tiene mucho más éxito que él.
Será el cruzarse por el camino de Naho Shimojima (interpretado por la deliciosa Aoi Miyazaki (Nana)) lo que le haga darse cuenta que el mundo no tiene que ser tan cuadriculado como pensamos.
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